Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y aunque ahora sé que las imágenes se trucan, lo cierto es que crecí con las de Saturno devorando a sus hijos, Abraham dispuesto a sacrificar a Isaac, Jesús preguntando a su padre por qué lo había abandonado, Guzmán el Bueno arrojando su daga para que mataran a su hijo en el cerco de Tarifa, o el General Moscardó que prefirió salvar el Alcázar. Para acabar de confundirme San José, el único padre aceptable de mi etapa como monaguillo resulta que lo era putativo.
Ya no soy un niño y conozco muchas formas de llegar a ser padres, la mayoría de ellas poco meritorias, y solo una de hacer de padre: cansada, complicada, a tiempo completo, pero con momentos tan gratificantes que compensan con creces los sinsabores. La paternidad puede ser, para la mayoría de los hombres, la mejor oportunidad de aprender a expresar sus sentimientos y a ponerse en el lugar de sus menores, y cada cual puede ser el mejor ejemplo de cómo es un hombre igualitario en sus relaciones con su pareja y con el resto de la sociedad.
Los padres proporcionan el primer modelo de lo que significa la masculinidad, de cómo expresar los sentimientos y de cómo no hacerlo. También de cómo comportarse con las mujeres. La forma y el grado en que se corresponsabilizan con la gestión y la ejecución de las tareas domésticas o la crianza de los hijos e hijas vale más que todos los discursos.
No creo en la efemérides que nos marcan los grandes almacenes, ni en los amores sobrevenidos de padres separados que no ejercieron como tales mientras vivieron en pareja. Tal vez porque nunca he oído de ningún hombre que fuera a pedirle la custodia compartida a ninguna prostituta con la que supiera o sospechara que haber tenido descendencia.
Abraham, capullo, Isaac no es hijo tuyo.
José Ángel Lozoya Gómez
DNI: 22659426X
Miembro del Foro y de la Red de Hombres por la Igualdad