"Un total de 44 menores han sido asesinados a manos de sus padres en la última década. Más de la mitad, 26, estaban a solas con él durante la visita o en el tiempo acordado en la custodia compartida" He leído esta frase unas cuantas veces intentando contener mis sentimientos hacia esta clase de monstruos que son capaces de arrebatar la vida de sus propias hijas e hijos solo con la idea de hacer el máximo daño posible a sus mujeres y exmujeres: las madres de sus hijas e hijos. Y no lo he conseguido. Manifiesto, desde aquí, el odio, la ira, la impotencia, la rabia, la tristeza y la desolación que me ha producido el asesinato de dos niñas, a manos de su padre, en Pontevedra.
Lamentablemente este no es un caso único. Recuerdo a Ruth y a José, cuyo padre, José Bretón asesinó, después de que su mujer se separase de él. Recuerdo a Sara y Amets, las niñas asturianas asesinadas por su padre, José Ignacio Bilbao, justo unos días antes de entregárselas a su madre, que también estaba separada de su marido….44 en diez años. 6 en este año. ¿Hasta cuándo lo vamos a permitir?
Cuando una mujer decide separarse de su agresor sabe que se está enfrentando a la prueba más difícil: arriesgar su vida y la de sus hijas e hijos. Le conoce muy bien y sabe que no la dejará escapar fácilmente: "como te vayas te mato", "te quito del medio en un pispas", ""tú no sabes de lo que soy capaz"…son frases que muchas de las mujeres que han sido maltratadas han escuchado en algún momento. Y no temen por ellas, no, temen por sus hijas e hijos. Saben que el agresor no las dejará en paz, las buscará, las perseguirá, las vigilará, las intentará convencer de que van a cambiar, de que las quieren, de que no pueden vivir sin ellas…. El objetivo final es seguir controlándolas, poseyéndolas, utilizándolas –en muchos casos- como sacos de boxeo para sus prácticas.
Y cuando las mujeres dicen NO, aparece el monstruo, el verdadero aniquilador que, desde ese momento, hará todo lo posible por hacer de sus vidas un infierno más cruel, si cabe, que el sufrido en años y años de maltratada convivencia.
Es entonces cuando las mujeres deben ponerse a salvo. Y no solo ellas, también sus hijas e hijos, seres indefensos que han sufrido directa o indirectamente la violencia de un progenitor que jamás ha demostrado ni ser un buen padre ni tener el más mínimo sentimiento paternal hacia su prole.
Ellos son pacientes, han jurado venganza, pero no una venganza cualquiera. Están dispuestos a todo con tal de conseguir que ellas, las que se han atrevido a abandonarles, no puedan recuperar sus vidas, utilizando para ello, todo el armamento del que disponen : judicatura, asociaciones de maltratadores, amigos y conocidos, familia…con el fin de presentarse como la verdadera víctima, una víctima que, para la sociedad, tiene mayor posibilidad de ser comprendida y hasta perdonada; porque es más fácil y más cómodo comprender al "abandonado" que a la que "abandona"
Acusadas de SAP, de querer quedarse con todo lo material, de buscar solo una pensión para ellas y sus hijas e hijos, de malas madres, malas esposas…todo vale para que su señoría incline la balanza a su favor. Y, a la vista de lo que está sucediendo, lo consiguen: la patria potestad, un régimen de visitas, custodia compartida…Es curioso comprobar cómo quienes nunca se han preocupado de sus hijas e hijos, quienes nunca se han interesado por su educación, por quien es su médica, su maestra, sus amigas y amigos, sus gustos y aficiones, quienes han sido incapaces de decirles nunca "te quiero", son, los que ahora, dicen quererles con locura y no estar dispuestos a renunciar a ellos. Esos son a los que, durante años, no les ha importado gritar, humillar, golpear, maltratar y, en ocasiones matar, a sus madres, en la mayor parte de los casos, ante su presencia.
Una parte de su venganza ya está consumada, pero queda la parte más importante, la parte más retorcida, la que les devolverá su "dignidad", la "dignidad" del hombre herido: el castigo final. Ellas deben sufrir ese castigo, pues ellas son las culpables de su desgracia. Y solo hay un modo en el que ese castigo puede producir el mayor dolor posible: arrebatarles lo que más quieren: sus hijas e hijos; porque saben que ellas preferirían morir antes que perderlos
Y lo hacen. Ejecutan, sin ningún miramiento, a su prole. Sin piedad, sin remordimiento, sin preocupación, sin ningún tipo de sentimiento hacia su propia sangre; sangre que derramarán para quedarse satisfechos, cargados de razón, llena su mal entendida "hombría".
Y como en el fondo son unos cobardes, algunos se quitan –después- la vida. Porque son tan mierdas, tan gallinas, tan asquerosamente cabrones que son incapaces de seguir vivos para enfrentarse a lo que han hecho. Y porque saben, en el fondo, que nadie, nadie, les va a perdonar.
Después las quejas, las denuncias, las condenas, el rechazo, los minutos de silencio…
Nada.
Todo
Aurora Valdés. Responsable del Área de Igualdad de IU Valdés (Asturias